Ocho días antes de morir, Frida Kahlo cogió sus pinceles por última vez y escribió sobre la pulpa roja de la sandía: «Viva la vida. Coyoacán, 1954». Pocos meses antes, le habían amputado la pierna derecha y notaba, ahora sí, cómo sus fuerzas desaparecían para siempre, cómo la vida se alejaba de ella. Esta última naturaleza muerta no era casual, era su adiós definitivo, colorido y optimista, como era ella, a pesar de los reveses que la vida le había ido dando hasta entonces. Esta mezcla de sufrimiento y superación, de alegría incluso en el dolor a la que nos acerca la pintora mexicana, es la que traspasa toda su obra, es la que acompaña toda su vida. Una vida marcada, además, por la relación de dependencia que mantuvo con Diego Rivera, el afamado muralista mexicano. Descubre a la Frida más íntima de la mano de Carmen Domingo.